Desde hace algún tiempito andaba con ganas de escribir algo sobre el nuevo álbum de Scorpions, ROCK BELIEVER.
Y sucede que cuando me enteré que los alemanes iban a sacar un nuevo trabajo, me entusiasmé como un chico. Cosa que es lógica teniendo en cuenta que:
– Scorpions marcó gran parte de mi adolescencia.
– Scorpions es desde haca más de 40 años una institución rockera indiscutible.
– Scorpions, al menos para mí, no suele grabar malos discos.
Y sobre este último punto tengo que decir que desde la década del 90 vengo teniendo la misma discusión con grandes amigos locos de la música como yo, a los que les insisto en que no dejen de escuchar tal o cual disco (salido en su momento) de la banda. Uno de los argumentos que más me tiran por la cabeza, es que Scorpions se transformó en una banda de baladas.
A ver. Nunca entendí esa tara. Porque Scorpions no comenzó a hacer baladas en 1990 cuando explotaron universalmente gracias a la oportuna, genial y muchas veces bastardeada Wind of Change. Tampoco arrancaron en el 88 con Walking on the Edge y ni siquiera debutaron con el género en 1984 (Still Loving You) ni en 1982 (The Smoke is Going Down o la poderosa No One Like You). Ya en 1975 daban clases de power ballads cuando, me atrevo a decir, semejante denominación ni siquiera existía. Y si no, vayan al álbum In Trance y pégenle una escuchada al fantástico Life´s Like a River. Y ni hablar de otros clásicos de aquella década como Holliday o Always Somewhere. Tremendos himnos!
Supongo que después de la mega exposición que sufrieron con Wind of Change, uno de los simples más vendidos de la historia de la música, muchos se saturaron, y pegaron la vuelta como Petronilo para abrazar al grunge, que andá a saber por dónde anda hoy en día.
Lo cierto es que los Scorpions, contra viento y marea, son de esas bandas que aún están entre nosotros y se mandaron un disco fenomenal y energizado sin dudas, por la llegada de Mikky Dee, ex Motorhead, Dokken y King Diamond para sentarse en la batería.
Las expectativas estaban por las nubes porque recordemos que hace un par de años atrás, medio que los tipos estaban más cerca del final que de la continuidad. Pero así es el rock and roll. Nos vamos, pero no podemos irnos. Estamos grandes, pero los fans… y así. Para colmo la banda aprovechó cada oportunidad que tuvo para jurar que Rock Believer era una vuelta al sonido más crudo y efectivo de su carrera. Ese de Lovedrive, Blackout o Love at First Sting. Imagináte Chango! Con semejante presentación yo estaba babeando como el perro de Pavlov. Esperé. Fui escuchando los adelantos. Y con cada simple, la ansiedad se acrecentaba. Peacemaker, Rock Believer y Seventh Sun me parecieron buenísimos, cada uno en su onda. El primero bien al frente, con un gran coro y guitarras punzantes y milimétricas. El tema que le da nombre al disco, pesado con riff demoledor, guitarras paralelas y un corazo que explota emocionante en el que aseguran que ellos, igual que vos, son creyentes del rock. Hermoso. Seventh Sun, en cambio es una de esas canciones que por momentos engañan. Lo monótono del ritmo con esa cadencia bien densa te hace pensar que el tema es una pavada. Pero ni bien lo dejas correr te encontrás con una de las canciones más increíbles que los Scorpions hayan grabado en mucho tiempo. Si esto no es hard rock, entonces yo ya no entiendo más nada.
Y el 25 de febrero, finalmente, salió el álbum al que le entré con unas ganas enfermizas. Ni bien comienza te das cuenta de que estos teutones tienen unas ganas de seguir rockeando que se caen a pedazos. Todavía tienen Nafta en el Tanque (Gas in the Tank), tema fiestero, con todos los aditamentos de un killer. Solo de guitarra enmarañado y ochentoso y un Klaus Maine a todo brillo, como siempre. Tengamos en cuenta que estamos hablando de un abuelito de 73 años con una de las voces más reconocibles de la historia del ggggrrrrooocccckkk!
Roots in My Boots, es otro bocado del mejor Scorpions. Aceitados, con oficio y sonando tan bien que da envidia. Cuántas más bandas de pibes necesitarían escuchar a estos señores para aprender cómo componer canciones duras, con melodías, con coros eléctizantes y fundamentalmente canciones que destilen alegría. Knock ´em Dead sigue la línea de los dos temas anteriores, muy arriba, super efectiva y con la clara intención de demostrar que la energía que los caracterizó en sus mejores años, aún está intacta.
Y ahora deberíamos todos ponernos de pie. Porque si en un principio hablábamos de baladas, aquí habría que hacer un alto y prestarle muchísima atención a Shining of Your Soul. Y probablemente la escuchen y me digan que no es una balada y quizás tengan razón. Pero convengamos que es una canción tan completa y perfecta que hasta se da el lujo de navegar a dos aguas entre la balada metálica y el rock bien pesado. Una exquisitez y sin dudas de mis temas favoritos del álbum.
El rock directo y sin vueltas vuelve con el desparejo Hot and Cold, un tema que no está verdaderamente a la altura del resto Rock Believer. Confuso. Por suerte la cosa levanta a full con el Scorpionísimo: When I Lay My Bones To Rest. Acá van a mil y otra vez están esas ganas de exhibirse vigentes, enteros y capaces de conmover a una multitud en cualquier estadio del planeta. Call of the Wild indudablemente es un autobombo a la era setentosa de la banda, con uno de los riffs más pesados del álbum. No es una cosa de locos, la duración no ayuda, pero con un vasito de agua, pasa lo más bien.
Así llegamos sí, A LA BALADA que cierra Rock Believer. Y antes de descerrajar una puteada, por favor escuchenla. When You Know (Where you come from), es de lo mejor y más sólido del disco. Grandilocuente, con guitarras épicas y riffs de apoyo faraónicos, supongo que será un número puesto en el setlist futuro de la banda.
La edición de lujo con cuatro temas más y la versión acústica de When You Know (Where You come from) no vale la pena y solo agrega tiempo a un trabajo que así como está, resulta por demás increíble, teniendo en cuenta que estamos hablando del decimonoveno álbum de una de las bandas más longevas que aún andan dando vueltas por ahí.
Rescato la calidad de prácticamente todas las canciones (excepto dos, que a mí no me convencieron, pero son gustos), el nivel como siempre supremo en la interpretación y por sobre todas las cosas, la impertinencia y la desfachatez con la que estos “adultos mayores” una y otra vez intentan convencernos de que el tiempo nunca resultó tan relativo. Para aquellos incrédulos, les tengo una propuesta: pongan play y después me cuentan.
EL ASTRONAUTA DEL ROCK