Red Hot Chili Peppers eligió el año 2022 para re escribir su historia, para bien o para mal. Primero editaron el muy esperado y recomendable Unlimited Love, una obra extensa de 17 canciones, sin demasiadas novedades y con mucha de la impronta low a la que el genial John Frusciante es tan afecto. Hasta ahí, la jugada no se hubiera alejado de lo que los RHCP suelen hacer. Albumes plagados de musicalidad y un racimo de canciones que suelen ser «un poco mucho» para la mayoria de la gente, sean o no sean fans de la banda.

Sin embargo, la semana pasada, como si se tratara de una banda de ludópatas descontrolados, los Peppers duplicaron la apuesta con una nueva edición: Return of the Dream Canteen, otra vez con 17 canciones, sin demasiadas novedades y con mucha importa a lo Frusciante….otra vez. 

Y es difícil que esto que digo no suene a crítica despiadada. Pero créanme que no es así.
 
Sucede que nadie puede soportar ni disfrutar real y profundamente de 34 canciones de un mismo artista en menos de seis meses. Algunos me dirán que no es así y que lo importante es que  los Peppers fueron fieles a sus formas, a sus convicciones y a sus tremendas ganas de demostrarnos lo contentos  e inspirados que estaban de volver a tocar con su errático y díscolo guitarrista nuevamente.
 
Perfecto. Ellos pueden hacer lo que quieran, cuándo quieran y cómo les guste. Pero, al mismo tiempo la realidad es que ambas ediciones componen un combo inabarcable para oyente medio.
 
Qué va a suceder con estas canciones? Probablemente nada extraordinario. Y no por la calidad de las mismas, sino por la cantidad. Tranquilamente los Red Hot Chili Peppers  podrían haber hecho una selección de unas muy buenas 13 o 14 canciones para hacer de la vuelta de Frusciante realmente un acontecimiento inolvidable. Pero aquí, todo se 
licúa. Son malos álbumes? Para nada. Pero ni Unlimited Love ni Return of the Dream Canteen están a la altura de aquel exceso inteligentemente «contenido» que fue Stadium Arcadium. Ni por casualidad.
 

Entonces hacer una crítica acabada de estos dos trabajos es prácticamente imposible. Se trata de dos álbumes gemelos y cualquier canción de uno y otro podría intercambiarse sin modificar la percepción individual de cada porción de este bacanal musical. Por eso, mi propuesta es que, en este caso, sean ustedes los que se internen en las profundísimas aguas de este océano brillante. Y después me dirán si la experiencia les resultó no solo placentera, sino además repetible. Digo, cuántas escuchas están dispuestos a dedicarles a estos dos discos? Me atrevo a decir que difícilmente se atrevan a escucharlos enteros nuevamente (al menos sin sentir que están haciendo un sacrificio digno de un monje tibetano).


Escucharlos tocar, como siempre, es un lujo. Lo de Flea, Smith y Frusciante por momentos se acerca a los límites de lo imposible. Kiedis, muchas veces muy criticado, hace mejor que nadie lo que nadie es capaz de hacer. Kiedis es Kiedis (punto). La producción de Rick Rubin es sólida como es costumbre, pero uno se pregunta si el trabajo de un productor no pasa, entre otras cosas, por rescatar las ideas y descartar las intenciones que se quedan a medio camino.


Pero como en todas estas cosas, cualquier análisis como este, solo es un fotograma de una película que todavía está en desarrollo. Los inesperados efectos del exceso aún están por verse.


El Astronauta del Rock