Ayer, viernes tarde por la noche, después de pegarle una escuchada al nuevo álbum de U2 “Songs of Surrender”, hice un posteo al respecto en Instagram recomendándolo como un antídoto infalible para el insomnio. Humorada barata? Seguramente. Pero no demasiado alejada de la realidad.

A todos aquellos que somos fanáticos del rock o de la música en general a veces nos es muy difícil criticar o entrarles duro a nuestras bandas o artistas favoritos. Gracias a Dios, ese nunca fue mi caso.

 

Como fuerte fan de Kiss siempre sostuve que The Helder es un horror y que la discografía de AC/DC (probablemente MI BANDA MÁS VENERADA) luego de Flick of The Switch decae de manera insalvable hasta The Razors Edge, para después desintegrarse hasta surgir de las cenizas nuevamente con sus dos últimos trabajos: Rock or Bust y Power Up.

 

Lo que quiero decir es que en esto de las opiniones no hay “traiciones”. La única cualidad ineludible que tiene que nutrir a las opiniones es la sinceridad. Y eso muchas veces duele. Porque a los artistas se los quiere bien y uno siempre les desea lo mejor. Porque cuanto mejor estén ellos, sin dudas mejor vamos a estar nosotros.

 

Qué mejor experiencia que apretar el botoncito de “play” y sentir que el corazón se te estremece o que la piel se te pone de gallina? Pero al mismo tiempo, no hay nada peor que apretar ese mismo botoncito y no sentir nada, o en todo caso, experimentar una de las peores sensaciones de todas: la apatía.

 

Como fan de U2, aquellos que me siguen en el podcast, me habrán escuchado hablar pestes de los simples que adelantaron esta hecatombe. Son muchos, demasiados años, de escuchar y analizar música, y con un par de muestras ya era bastante obvio lo que iba a suceder cuando liberaran finalmente la represa. Ayer lo hicieron y el resultado no me sorprendió en absoluto.

 

Disfruté a U2 tres veces en vivo, en shows realmente extraordinarios en donde cada vez ví a una banda diferente, pero al mismo tiempo fiel a su espíritu, capaz de juagar con los matices y los climas como muy pocos artistas pueden hacerlo cuando tocan para 60 u 80 mil personas en la inmensidad de un estadio.

 

Soy de la generación que abrazó la propuesta de Bono y Cía, desde que rompieron el cerco con I Will Follow, de Boy, allá por 1980 y de hecho su discografía me resulta sensacional al menos hasta ese gran disco que es All That You Can´t Leave Behind del año 2000.

 

Admito que a partir del nuevo milenio, les fui perdiendo interés. Su material cada vez más tenía que ver con esa sensación de apatía y creo que no han tenido la gracia, la suerte o la inteligencia de reinventarse virtuosamente para encarar la porción final de su carrera.

 

Pero el rock está lleno de historias mágicas y conmovedoras de resurgimientos. Nadie esperaba que en 1989 los Rolling Stones se despacharan con un Steel Wheels! O que Ozzy escapara de su tumba rasguñando las piedras para regalarnos el fabuloso Patient N 9. Digo, esas cosas pasan.

 

Y era de esperar que después de un hiatus de 6 largos años los U2 fueran capaces de aprovechar ese tiempo para repensarse como entidad creativa. No lo hicieron, o si lo hicieron, no les ha salido bien.

 

Lo primero que se me ocurre decir respecto del álbum en sí mismo es que es una muestra obscena de omnipotencia. Cuarenta canciones reversionadas soporíferamente al compás de una guitarra rasgueada, un par de arreglos de teclados previsibles y una voz desahuciada, en DOS HORAS Y 46 MINUTOS, no es otra cosa que OMNIPOTENCIA.

 

Me dirán que los artistas pueden hacer lo que quieren. Fenómeno. Lo tomo. Pero no nos olvidemos que todo lo que se expone es susceptible a críticas, opiniones y también al olvido. Ahí está El Salmon con su Honestidad Brutal navegando en el río de la intrascendencia. Y lo mismo va a suceder con los dos últimos trabajos de los Red Hot Chilli Peppers, lamentablemente…(otra de mis bandas más adoradas).

 

Porque cuando la cantidad es inasible inevitablemente lo bueno se desvanece en la mediocridad del hastío. Y si a eso le sumamos la monotonía y la falta de matices como sucede en Songs of Surrender, el ejercicio de “volver a escucharlo” quedará reservado a un puñado de ultrafanáticos. Esa clase de fan incapaz de señalar un defecto, un error o una desinteligencia. Aunque lo más probable es que esos “ultrafanáticos” terminen con las pelotas tan hinchadas como el resto, pero sin admitirlo jamás.

 

Hablar de cada una de las canciones es innecesario y supongo que algunos de ustedes sacará sus propias conclusiones al escucharlas. Lo único que puedo decir es que canciones como With or Without You, I Will Follow, Stay, One, Pride, Walk On, Stuck in a Moment…, City of Blinding Lights o Sunday Bloody Sunday, no se merecían esto.

 

Y como siempre cuando opino de bandas legendarias lo hago pensando en las nuevas generaciones. Que el rock está viviendo años difíciles en manos de otras “músicas” no es ningún secreto. Entonces creo que los viejos rockeros tiene como última obligación reforzar y mantener vivo el legado, la historia y la magia del rock a través de la tentación.

 

ENTONCES: Quién puede pensar que después de escuchar (lo que soporte) de Songs of Surrender, un adolescente se va a enamorar del rock o va a querer indagar un poco más allá?

 

U2 se ha tomado 6 años para armar trabajosamente una bomba atómica. Un artefacto con la potencia suficiente como para opacar su historia frente a las nuevas generaciones, pero también con el letal efecto de incinerar la ya decadente credibilidad que venían arrastrando durante las últimas dos décadas en los viejos y fieles fans de la banda.

 

Quizás el tiempo les dé la oportunidad de desactivarla.

 

Sin embargo me temo que la reacción en cadena ya comenzó.

 

EL ASTRONAUTA DEL ROCK